lunes, 7 de febrero de 2011

UNA PRIMERA VEZ...

LA PRIMERA PROCESIÓN

En mi familia, al contrario de lo que puede suceder por lo general en otras en Zamora, la semana santa ha ido siempre más ligada a las mujeres que a los hombres, quizás porque en mi familia son una inmensa mayoría. El Jueves Santo es el día que mi familia tiene marcado siempre en el calendario, llueva, nieve o haga sol es el día que nos juntamos, ni en navidades hemos tenido esa capacidad de congregación, y es en Jueves Santo no por casualidad, sino porque es el día de La Virgen de La Esperanza, la virgen con más devoción en mi familia.

En mi infancia, yo me trasladaba el Domingo de Ramos a casa de mi tía en el casco antiguo, y allí pasaba toda la semana santa, por allí pasaban procesiones como el Yacente y sigue pasando actualmente La Vera Cruz.

Allí cada Jueves Santo yo tenía que esperar a todas las mujeres de mi familia que salían en la procesión, yo las observaba o simplemente dormía un rato más. Pero yo no aguantaba más, quería ser protagonista de ese día, yo también quería acompañar a la Virgen, no podía dejar solo a mi primo, único varón que salía en la procesión por aquellas fechas. Decidí apuntarme a la cofradía, y logré ser un cofrade más de La Esperanza, cosa de la que he presumido desde aquellos días, aunque mis amigos que eran de cofradías más “célebres” dijeran que era una procesión de mujeres.

A medida que se acercaba la fecha, me iba poniendo más nervioso, había que ir ultimando los preparativos, comprar la tela de la túnica que muy orgullosa me confeccionó mi tía, terminándola no sin prisas la misma mañana que la estrené en procesión. También tenía que hacerme con la vara, que aunque fuera muy pequeño para llevarla, decidí que la llevaría desde mi primera procesión, recuerdo a mi padre diciéndome que entrenara con ella por el pasillo de casa, para que estuviera preparado.



Y aquel Jueves Santo llegó y como siempre hubo mucho revuelo en casa, pero con más preparativos de lo normal ya que uno más se unía a la fila de hermanos. Todo era nerviosismo, nuevo y desconocido para mí en aquella mañana, llevar la túnica, el caperuz, la vara y además todo junto y a la vez, eso no lo había entrenado. Ya en Cabañales hacía una mañana buenísima y el sol miraba desde lo alto mi debut como cofrade, mi padre no hacía más que colocarme el caperuz que se me movía para todos lados y empecé a notar mucho calor, estaba demasiado abrigado.

Comenzó la procesión, el caperuz ya no me lo podía quitar y el calor apretaba dentro del raso, la verdad es que en aquella procesión sufrí bastante, como si la virgen me quisiera gastar una novatada. Al pasar por el puente pensaba que mi caperuz caería al río del viento que hacía, ahora ya estoy acostumbrado al viento que sopla siempre en el puente. Entrando en Santa Lucía yo ya sentía el cansancio, aunque mi primo no paraba de animarme a continuar adelante.

El primer fondo de la virgen me tocó a pleno sol, y yo no podía más del calor y del agobio que sentía con aquel caperuz en mi cabeza, intenté sentarme, pero claro un cofrade no se puede sentar en medio de una procesión. Poco a poco pude continuar en la fila, subiendo por Alfonso XII presencié uno de los momentos más bonitos que había en la procesión de entonces, que tenía diferente recorrido a la actual.


Antes de la entrada a la Plaza Mayor para el canto de la salve, en la calle Renova estaba mi familia viendo la procesión, yo estaba extenuado y necesitaba respirar el aire fresco que no te deja el zaperuz, me agarré a mi madre y salí de la fila dejando solo a mi primo, ese fue el infantil final que tuve en mi primera procesión, me quedé a las puertas de completar el recorrido, pero a partir del año siguiente nunca he faltado a mi cita y he acompañado a la Esperanza de principio a fin, desde Cabañales al museo, cuando el recorrido final desde la Plaza al museo la virgen solo era acompañada por los hombres, un privilegio que teníamos entonces y que a las mujeres poco agradaba; también la acompañé un año desde la Catedral al no desfilar el Martes Santo por lluvia y finalmente el recorrido actual terminado en la Catedral, pasando por Balborraz con el protagonismo de hombres y mujeres para despedir a la virgen en el atrio...
hasta el año que viene, si Dios quiere.


2 comentarios:

  1. Que bonito relato y vaya faena a la vez.
    Las primeras veces en los desfiles también han sido dificiles para mi en muchas ocasiones. Me has hecho rememorar mi primera vez en alguna procesión, que también se me hizo un calvario.
    Seguro que lo pasaste fatal abandonando el desfile, pero lo primero es la salud, y años te quedarían por delante.

    Muy bueno y a seguir así.

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  2. Alejandro, excelente artículo. Como siempre, sigue así.
    Rubén Domínguez

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